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Imaginario Social Bolívariano (En prensa)

Imaginario
Social
Bolivariano


FÁBRICA DE HÉROES

“Bolívar ocupa un reino aparte entre los hombres y Dios”.

LAUREANO VILLANUEVA 1896

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“Desdicha al pueblo que tiene necesidad de héroes”[1], constataba el filósofo alemán Georg Wilhelm Friederich Hegel. Frase, por cierto, muchas veces citada, pocas veces comprendida en el esplendor de su sentido. Si seguimos su razonamiento podría concluirse que una sociedad sin héroes nacionales debe transitar un feliz desarrollo histórico, sin mayores dramas ni episodios patéticos. La ausencia de ellos podría ser, en relación a la formación de las naciones, enteramente sustituida por el folklore nacional, la adoración religiosa, el relato oral o por la llamada cultura nacional. De esta manera se reforzaría la experiencia de la discontinuidad en la formación del Estado y la Nación. Estamos en presencia de un escepticismo social en relación al héroe.

También lo contrario sería verdad en la amonestación hegeliana. Los pueblos tienen una necesidad casi patológica de héroes nacionales y de su creación depende su supervivencia y unidad. En este caso el pathos de una nación como la venezolana sería altamente heroico y, en consecuencia, la desdicha marcaría su destino histórico. Sin embargo, hay mucho abultamiento racional germánico acá, esa propensión del alemán moderno al enrevesado pensamiento abstracto (al dumpfen intellecte de Nietzsche), como para pensar que un pueblo de tierra caliente, nuestra América morena, pueda ceñirse a estos postulados. Ya se ha afirmado y comprobado que el discurso que gobierna nuestro pensamiento es más mágico que lógico. “Somos pueblos de biografía más que de historia”, sentenciaba, ahora sí uno de los nuestros en 1930, Mariano Picón-Salas[2]. La historia no puede aparecer ante nuestros ojos sino como una magnifica epopeya de nuestros héroes. La concepción de fuerza social es demasiado abstracta y preferimos construir la unidad y coherencia de la sociedad a través del horizonte de una personalidad, del rostro fulgurante de un héroe. Así se convierte la historia en un juego de contemplación, de alarde, de espectáculo, de repeticiones estériles. El héroe es su fuerza reguladora: unifica y cohesiona, pero también distorsiona sobre todo a nivel del ethos. Nos falta un equilibrio cultural entre el ethos y el pathos. La transformación de la vida social depende obstinadamente de un permanente culto al héroe que revuelve y condiciona todo el fondo de nuestro ser histórico. Hay en el venezolano un exceso de apetito simbólico que tampoco nos deja mirar bien el fondo de sí mismos.

El estudio de la simbólica y el imaginario de la nación ocupa en el país desde hace por lo menos una larga década un lugar privilegiado, aunque aún con cierta timidez, en los trabajos de historiadores, sociólogos, cientistas políticos y antropólogos. Y a pesar de esto, el análisis de los imaginarios sociales y políticos no se ha aún concertado con la fuerza teórica y empírica suficiente como para desarrollar un análisis específico del fenómeno heroico. Precisamente este es uno de los valores del trabajo del profesor Pascual Mora-García (Universidad de Los Andes-Táchira) que hoy tengo el gusto de presentar: Imaginario Social Bolivariano.

¿Qué es un héroe nacional? ¿Cómo se construye? ¿Cuál es el imaginario social subyacente a su creación? ¿Han existido siempre esta clase de personajes simbólicos? ¿Cuándo y cómo se les crea? ¿Para qué sirven? ¿Es posible crear tendencias unificadoras nacionales sin su existencia? ¿Qué diferencia establecen ellos con los personajes de leyendas, con el heroísmo romántico o con la simple popularidad? ¿Para ser popular es necesario apoyarse en lo heroico? ¿Todo hombre de genio termina ineludiblemente en héroe? Acaso no sea el propósito de este libro responder a estas preguntas, pero su argumentación y método apuntan hacia la exploración de las mismas; así sea someramente, pero no andando sobre caminos de nieve sino surcando huellas que invitan a seguirles en la explicación de nuestro proceso histórico, político y social. En cada uno de sus capítulos, Mora-García devela importantes cuestiones en relación a la forma como la nación venezolana ha ido construyéndole rostros a Bolívar, pater noster, amparada en los enunciados de un discurso del poder que no hace sino crear la raíz y el rostro heroico como gesta legitimadora de su dominación. Se convierte, así, nuestro proceso histórico en una fábrica de héroes que vienen a saciar aquel “apetito simbólico” que está en la base primaria de toda historia. Aprovechemos las líneas que siguen para discutir algunos puntos relacionados con el concepto básico de este libro.

LOS LUGARES DEL IMAGINARIO

Los imaginarios sociales se construyen no tanto desde la representación como del discurso. Discurrir no es representar, es narrar, es crear sentido a la acción, es conquistar un espacio de representación, escribir la realidad, la ley, la legalidad, la legitimidad. El discurso ordena y establece las fuentes de toda autoridad. Para que una representación sea efectiva se necesita un discurso creador de sentidos y símbolos que luego fijan la representación. En el caso venezolano, representaciones del tipo: “Bolívar, padre de la patria”, “creador de la nacionalidad”, “fundador de la república” sólo son eficaces en la medida en que un discurso las fija como verdaderas en la conciencia colectiva. Así sean luego fuente de confusión, como por lo general ocurre, entre conceptos tales como los de patria, república y nación. Lo importante es que se crea una identificación entre conciencia nacional y culto a los héroes sobre cuya base se logra la unidad política y se legitima el poder de la estructura de dominación y exclusión. La eficacia de la representación pasa, en consecuencia, por un discurso.

Para avanzar en esto de la creación de los imaginarios es necesario no quedarse en un análisis de las representaciones stricto sensu; tampoco privilegiar lo que podrían llamarse percepciones sociales a la hora de constituir la estructura imaginaria. No es que el imaginario sea “el conector de toda representación humana”, como lo señala el autor, sino que genera las condiciones para aprehender y recrear el mundo. Sus funciones psicológicas y sociales son puestas en evidencia en diferentes niveles. En lo individual, todo lo presagiado, lo soñado, sirve de base a futuros proyectos; las ficciones se convierten, por lo general, en referentes culturales de una colectividad; las mitologías sociales contribuyen a cimentar la sociedad; las utopías, en fin, preparan el cambio. El imaginario, más que conector, proporciona el fundamento y el contexto, es la estructura significante, que tiende a devenir real; suerte de prisma mediante el cual se mira y entiende el mundo. Más aún, posibilita como el autor mismo lo desarrolla en uno de los capítulos, un tiempo existencial: “los venezolanos tenemos el tiempo antropológico signado por Bolívar”.

No obstante, en todo análisis sobre el imaginario no se puede poner como punto de partida esa especie de núcleo representativo que remite por fuerza a una historia de las mentalidades o del pensamiento. El punto de partida radica en otro lugar: el dispositivo de poder (en el sentido de Foucault[3], autor tratado por Mora-García cuando habla de las relaciones saber/poder), con todo y lo que la palabra poder tiene de enigmática. Vale decir, el lugar desde donde se producen los enunciados, los discursos y, por consiguiente todas las formas de representación, que se erigen en criterios de verdad. Para explorar enunciados como los que aparecen en este libro (“Bolívar es un imaginario para los venezolanos. Se nos metió por una rendija del alma, y desde entonces anima nuestra existencia”) es necesario examinar el dispositivo de poder que los hizo posibles, como instancia productora de prácticas discursivas. En este aspecto, el análisis discursivo del imaginario permitiría captar sus rasgos en el punto preciso donde se forma. ¿A qué hay que referir y dónde hay que buscar esa formación del imaginario? No se puede evitar, me parece, pasar por la representación, el sujeto, etc., pero tampoco se puede evitar pasar por esas tácticas y estrategias del poder, que dan origen a afirmaciones, a creencias, a negaciones, a experiencias; en suma, a todo un juego de verdad. Discurso, dispositivos de poder, juegos de verdad son aquellos lugares que subyacen a todo imaginario. A su vez que permiten la producción de enunciados del tipo: “Bolívar ha dejado de ser el hombre que existió históricamente, para convertirse en un género literario, está en la plaza pública pero también está en el altar junto a las imágenes religiosas”. El concepto de imaginario debe ser considerado menos como una forma de representación que como un modo de crear los acontecimientos, caracterizados siempre por exclusiones y condiciones restrictivas. El discurso sobre un hecho histórico pertenece también a lo que produce ese hecho en la medida en que abre el campo de posibilidad a la vez que su aceptabilidad. El imaginario no imita ni representa, sino que constituye una realidad. No obstante, hay que evitar constituir sobre prejuicios y modos que no son sino deformaciones. Esto es, hay que superar los mecanismos inconscientes que gobiernan a quien participa inevitablemente del imaginario colectivo de su tiempo.

LOS USOS DEL IMAGINARIO

Se supone que un imaginario heroico como el bolivariano, se convierte en la grandeza de Bolívar puesta al servicio de todos los venezolanos. Pero no siempre resulta así. Al héroe se le puede apropiar con motivos inconfesables. No sólo para justificar la estructura de dominación, sino para en su nombre y recurriendo a los atajos que siempre han estado presentes en la historia de Venezuela, instaurar regímenes totalitarios. Todos los caudillos de nuestro trágico siglo XIX, sin excepción, gobernaron acudiendo al imaginario bolivariano. El orden y el caos imperantes se disimulaban con la fanfarria trompetera y patriótica de giro mesiánico: saldremos de este estado de naturaleza, para pasar al estado de cultura con la ayuda del divino Libertador, imagen para los venezolanos de sacrificio y audacia. Pero la audacia con ignorancia resulta un arma letal, en especial a nivel histórico. Nunca hay que olvidar la moral y las luces como nuestras primeras necesidades. Los mecanismos de la heroización pasaron por la creación del “culto a Bolívar” (Carrera Damas), muy bien logrado, por cierto, desde el mismo momento en que el gobierno del General Páez, uno de los parricidas de 1829, se convierte en portavoz del culto ”para limpiar de aquella mancha la conciencia nacional”. Enunciado que marcará la con/fusión de Bolívar con la conciencia nacional.

Desde entonces el bolivarianismo se convierte en un espacio de representación nacional, pero también, y más importante, deviene un principio de gobierno y factor de superación nacional. Así no se alcance mayor cosa en su nombre, pero su rango de héroe permite disimular las carencias de la sociedad venezolana en sí misma. Colmando no sólo el espacio civil sino también, con mayor fuerza, el militar y el religioso, el culto protege la debilidad de las instituciones y justifica la emergencia de todo tipo de régimen de dominación. El mismísimo pueblo donde nació Bolívar ha visto a muchos gobernar en su nombre: desde los conservadores censitarios de José Antonio Páez hasta la totalitaria revolución de Hugo Chávez, que lleva la muletilla de “bolivariana”, para ser original; pasando, por supuesto, por la autocracia ilustrada de Antonio Guzmán Blanco, por el “fiero caudillaje” del entresiglo, por la larga tiranía de Juan Vicente Gómez, por la década militar Delgado Chalbaud-Pérez Jiménez y, finalmente, la experiencia democrática partidista y representativa. Todos, sin excepción, han basado sus proyectos políticos sobre un régimen emocional, de adhesión ciega a una supuesta transformación “bolivariana” que nunca llega. Allí puede verse la debilidad de la historia como fuerza reguladora, pero también se ha visto, algo que el autor deja entrever en una de sus páginas, como el imaginario bolivariano “ha sido utilizado perversamente para manipular al pueblo (...) ha sido utilizado para legitimar los discursos históricos en torno a la verdad”.

En cierto sentido, podría decirse que el culto a Bolívar –componente del imaginario nacional, par excellence-- opera del mismo modo que la literatura: recoge con frecuencia emociones y adhesiones que en su origen son ficciones discursivas, pero que dependiendo de la habilidad retórica del gobernante de turno crea patrones de conducta que confunden al pueblo e incitan a la acción. En Venezuela, cualquier discusión sobre el modo de gobierno y los planes de desarrollo es finalmente una discusión sobre el uso del imaginario bolivariano. Imaginario fundacional que no siempre está exento de causar problemas. Uno de estos es aquella tendencia, en especial cuando el dispositivo de poder está en manos de militares, a interrumpir las libertades democráticas para supuestamente profundizar en ellas.

En breve, el profesor Mora-García, nos invita a adentrarnos en cada una de estas problemáticas con rigor analítico, seriedad histórica y preocupación venezolana. Esta obra viene a completar su ya amplio y continuo programa de investigación bolivariano que arranca desde 1986 con La filosofía en la vida de Bolívar, su Reclamo en la tierra de Bolívar (1989) y Bolívar y la Constituyente (1999). Muchas cosas quedan por decir, no menos por desarrollar. Pero de lo que sí estamos seguros es de que las reflexiones a que invita este libro siempre serán útiles para repensarnos como pueblo, con débil memoria e inmerso en situaciones históricas frágiles, no fundamentadas en postulados racionales, refugiadas en actitudes simbólicas y mágicas, donde el logos cede espacio al pathos. Lo que podría insinuar que la adhesión al héroe no significa más que una práctica transitoria de largo aliento que viene a dibujar la existencia en el venezolano de un deseo narcisista y, finalmente, poco consistente. La felicidad de los pueblos sin héroes puede ser francamente declarada. Y, lo que es más importante, los grandes episodios de su historia nacional pueden sobrevivir sin ellos. A fin de cuentas, de qué sirve tener como modelo a grandes hombres, si el discurso del poder los suele convertir en peligrosa arma para dar al traste con los más preciosos valores del ser humano, la libertad entre otros. Pareciera que Hegel no estaba equivocado del todo.

Mérida, octubre, 2005.

Luis Ricardo Dávila

Coordinador

Grupo de Estudio de los Imaginarios (GREIMAS)

Universidad de Los Andes




[1] Hegel, G.W.F., Correspondance, Gallimard/Tel, París, 1990, p. 98.

[2] “Hiapano América, posición crítica” (Conferencia en la Universidad de Concepción, noviembre de 1930), en Intuición de Chile y otros ensayos en busca de una conciencia histórica, Biblioteca Americana, Santiago de Chile, 1933, p. 81.

[3] La definición de Foucault es admirable: “(...) el poder no es una institución, y no es una estructura, no es cierta potencia de la que algunos estarían dotados: es el nombre que se presta a una situación estratégica compleja en una sociedad dada”, El discurso del poder, Folios, México, 1983, p. 175.